El concepto de liderazgo con el que crecimos la mayoría de nosotros, que pasamos de los cuarenta y tenemos más o menos un lugar de responsabilidad, no tiene nada que ver con el liderazgo que se impone en una sociedad inmersa en un profundo cambio social y de relación entre las personas.
Una sociedad más consciente en la lucha contra el cambio climático, más determinada en apoyar causas y empresas que mejoren la vida de las personas, y en la búsqueda de la equidad en los distintos lugares de responsabilidad de organizaciones tanto públicas como privadas.
El liderazgo que aun promulgan hoy algunos, basado en el autoritarismo y la amenaza como principales armas para alcanzar niveles de productividad adecuados va quedando caduco y vacío.
El cambio ya es presente. Es irremediable, acentuado además por la trágica situación del COVID-19 que nos expone a todas y a todos ante una situación desconocida, angustiosa y al borde del colapso económico y social.
En un mundo en el que creíamos tenerlo todo controlado, lo único que vamos descubriendo es nuestra fragilidad, nuevos miedos y la ansiedad de tener la certeza que la sensación de control era un oasis irreal que nada tiene que ver con cómo de rápido nos puede cambiar la vida, a nosotros, a nuestros vecinos y a la sociedad en general.
Las organizaciones pasan de tener estructuras verticales, a estructuras horizontales, donde el valor reside en ser capaces de colaborar en objetivos comunes, y en las cuales las tomas de decisiones son cada vez más participadas, fruto de un consenso y de aportaciones distintas para obtener un resultado más completo, más eficiente. Sin olvidar el papel de la innovación, clave para cumplir los retos en un entorno altamente competitivo.
¿Qué papel juega el líder?
La verdadera capacidad de liderazgo reside en la persona, el humano que hay detrás del cargo. En su habilidad para generar confianza y demostrar afinidad y empatía en la organización. Me refiero a la organización en su conjunto, no únicamente puertas hacia adentro que es donde es evidente que debe acentuarse más, sino también con proveedores, con clientes, con empresas del sector, e incluso con la competencia, es decir, con cualquiera que tenga relación con la empresa de forma directa o indirecta.
Estamos delante de un nuevo paradigma para el líder en el que la inteligencia emocional en la resolución de conflictos es cada vez más demandada. En mi opinión nunca puede ser una actitud forzada, hay que creérsela para ser un líder integrador, empático, capaz de mostrar flexibilidad, adaptándose a situaciones desconocidas como la que vivimos hoy con la crisis del COVID-19, por ejemplo.
La persona capaz de trasmitir al equipo aliento, esperanza y empatía, mostrándose siempre dispuesta y capaz, es el líder del futuro. Aquel que no siempre tiene la respuesta, que también titubea, que también expone sus miedos al equipo en ciertos momentos, que fomenta el talento y lo promociona, que es capaz de delegar el protagonismo ante efemérides del trabajo en equipo, será el líder del futuro.
Cada vez estoy más convencido que el verdadero líder es aquel que al salir de la organización consigue que esta siga engrasada y funcionando sin él. Las organizaciones lideradas por personas que no quieren que les hagan sombra suelen ser menos eficientes, agiles y creativas, que aquellas lideradas por el valor añadido del activo en sí mismo y que añaden talentos para construir desde el trabajo en equipo.