Escrito en minúsculas, como nos gustan hoy las cosas. Aire fresco, limpio, golpeando las mejillas sonrojadas del frÃo y sentir como acaricia el alma.
Mañanas que empiezan antes que suene el despertador, esas en las que bajas a la cafeterÃa de la esquina y pides lo de siempre, y tu confesor de barra sabe el punto de leche y azúcar en el que te gusta.
Y eso es lo que valoramos de nuevo, que nos conozca por el nombre, nos ofrezca la sonrisa que a veces no tenemos en casa, y nuestro café junto a la misma ventana de cada mañana. La rutina donde nos reconocemos y encontramos nuestro lugar, la demonizada zona de confort que tanto necesitamos para sostenernos.
Hemos regresado, vuelto o llegado, qué más da, pero seguro que para no volver. Es cierto, es moda, es madurez, o simplemente internet, pero ya no queremos grandes rascacielos en los que buscar unos vaqueros, ya no queremos las colas para una burguer doble con queso. Ya no queremos plástico, ni sonrisas profident, sólo queremos que nos conozcan, que sepan cómo nos gusta el café. Y un esbozo de sonrisa en forma de rescate.
Y eso nos ocurre en todo, ya no queremos precocinados aunque los anuncie alguna ex miss universo o el mismÃsimo Heman… nos gusta volver al mercado, volver donde MarÃa sabe cómo me gusta el corte del jamón, del que sólo le pido 100 gramos, pero del mejor. O como Enrique, que sabe que una cola de rape a la semana la tengo reservada, o Virginia que sabe que me encanta la uva, y siempre me guarda algunos racimos para mi visita de los sábados.
Y las paradas de pescado, huelen a pescado. Pescado fresco, bueno, del dÃa. Y las albóndigas nos las prepara Nati delante nuestro, y le añade un poco de pimienta porque me conoce y sabe que son las mÃas.
Y esa es la rebelión de la esencia, de quien escribe de nuevo en minúsculas, y odia que le griten, que le vendan, que le convenzan sin conocerle. Ya no es suficiente un decorado de escaleras mecánicas infinitas hacia el Eliseo, al contrario, al verlas nos alejamos. Ya las tuvimos, ya estuvimos allÃ, siendo un número más, una factura más, y no vamos a volver jamás.
En mi opinión asistimos a la primera revolución de la esencia en los últimos cuarenta o cincuenta años. De donde salimos y adonde casi sin aliento hemos decidido volver. Pasamos del comercio y del comerciante al gran almacén. Borramos del mapa nuestras tiendas de barrio por alguien que sin conocernos nos vestÃa, nos daba de comer y nos cortaba el pelo, y además si querÃas, sin moverte del sitio… pasamos de un buen arroz a una hamburguesa prefabricada y de la tostada al donut de chocolate, que nos tomamos en un lugar sin alma donde ponen tu nombre en una taza….
Y un dÃa, no hace mucho volvimos. Parece como si de algún modo, volvamos a recuperar la emoción del placer por las pequeñas cosas. Y vuelven las cafeterÃas de toda la vida, y los domingos de vermuts con los amigos de antes, en mesas de barriles, en vasos donde nadie necesita poner tu nombre. Y eso pasa en todo. Y entonces ya da igual que a un cliente lo visite un Director General que nunca más volverá a ver, y al que le han pasado la ficha diez minutos antes de la reunión, y de repente, la tarjeta ya no impresiona, ya no salva nada, ya no puede engañar más.
Y las grandes estructuras se desmoronan como esos decorados de pelÃcula de serie B. Y aunque persistan en su intento de venderte un traje nuevo, mañana has decidido visitar la nueva sastrerÃa de Helena, que tiene un taller y los confecciona a mano.
Os deseo a tod@s una emocionante rebelión de la esencia.