El día que ganó la violencia llovía. Era el presagio de la derrota de la política, la derrota de los valores, la derrota de las gentes, la derrota de la buena gente. De esa de ningún lugar y de todos los lugares , porque el día que ganó la violencia no conocía de patria ni bandera, sólo de lluvia, oscuridad y derrota.
Cualquier debate con o sin razón, se convierte en una sin razón cuando la violencia es la solución, entonces que más da, si con las armas se pierde toda, con el grito, el autoritarismo y el miedo sólo se pierde, la razón y al pueblo.
No puede existir ley que ampara violencia. No puede existir ley que ampare la proporcionalidad ante población civil indefensa, desarmada y con las manos en alto. No puede existir orgullo ante la humillación y la violencia, desde donde venga hacia quien sea.
El día que ganó la violencia nos sentimos avergonzados todos, humillados todos y heridos todos.
Una ley que se defiende a hierro, a hierro muere . Quizás no el día de lluvia, quizás no hoy, quizás no mañana. Pero al final siempre cae ante el poder de las personas, en paz, pacientes y con un profundo orgullo de pertenencia.
El día que ganó la violencia perdimos todos. Abrimos heridas que por siempre serán cicatrices que nos golpean en noches de lluvia, en las que nos hicimos mayores algunos, que creímos que la violencia nunca sería respuesta, nunca sería ley.
Que más da quien condena o quien ampara, que más da ya quien entienda o quiera entender, quien la consiente, quien la excusa, será por siempre cómplice.
El día que ganó la violencia se pulverizó todo, lo contaminó todo, lo empobreció todo, lo rompió todo… como un lobo que todo lo engulle, no deja nada, no permite nada.
El día que ganó la violencia perdimos todos, y aunque parezca que ganan unos y pierden otros, lo único cierto es que perdimos, para siempre, todos.