No sólo ha sido un año duro, de esos que aprietan el alma y dejan sin aliento, ha sido un año de volver a empezar, de regresar a la casilla de salida, de parar y detenerse para no caer.
El año en el que dejamos de ser eternos, es el año que recordaremos como el de un nuevo comienzo.
Hemos pasado de tener el sol tan radiante, tan cercano, que llegamos a creer que su brillo éramos nosotros, que los errores de otros eran aprendices de nuestros éxitos, que la nostalgia era para otros, siempre los otros.
En el trabajo, como en la vida, las decepciones nunca llegan solas, no avisan, no entienden de relojes, ni de treguas, ni de refugios. No atienden a medias partes ni a descansos dominicales.
No entiendo mucho de cajones, esos en los que debemos separar la vida personal, de la profesional, del ser y del estar… siempre he entendido del cajón vital, del que va bien todo o todo cojea, supongo que en eso debo mejorar.
Por eso la gran victoria de mi 2018 es llegar al final, poder cerrar un capítulo, con más ganas que nunca por volver a empezar.
Si algo he aprendido, es en saber quien se queda aunque te equivoques. quien se queda cuando menos lo mereces, esas son las personas, el resto, sólo gente.
Tengo la fortuna de quien disfruta de lo que hace, de su trabajo, de su profesión, a la que llegó casi sin saberlo, pero ahora la sigue sintiendo más suya que nunca, y manteniendo cierto equilibrio entre equivocaciones y aciertos, pero teniendo la certeza de dónde está su sitio.
Y el futuro incierto es hoy el mejor de los destinos, tener un nombre que es de verdad y un viaje por estrenar, como si de un traje nuevo de tratará, con la seguridad de cierta madurez y la fuerza para no detenerse aunque se pare la música.
El mejor de los presentes a aquellos que se resarcen a diario y afrontan desde la pasión su vida y su vocación, a los que hacen y se equivocan, mientras los otros ya sólo miran…
Feliz primer año!